Continuamos nuestro viaje cinematográfico por los universos simbólicos y oníricos en Un Conejo con Ojo con la hipnótica El Cisne Negro (Black Swan,2010, Darren Aronofsky). Una obra que explora el abismo que puede abrirse cuando la búsqueda de la perfección devora los límites de la razón y la realidad.
El Cisne Negrose centra en la vida de Nina Sayers, una joven bailarina que se entrega por completo a su arte. Encarna el mito de la transformación: lo que comienza como un anhelo puro se convierte en una espiral de obsesión y locura, donde los espejos son puertas a otros yoes y el escenario se convierte en un campo de batalla interno.
Hablaremos de la lucha interior de Nina por la perfección y el peligro de perderse en ella, de la noche y sus pasiones, de la rivalidad y la sombra, de la influencia de la madre y la atracción de lo prohibido. Analizaremos cómo la historia de Nina refleja el ballet que interpreta: la princesa Odette atrapada en el cuerpo de un cisne, la traición y el sacrificio. El cisne negro usurpa el amor y el fin acecha en el fondo del lago.
Te esperamos este martes a las 19:30h en Big Tree Books (C/ Dos Hermanas, 17) para compartir una de las películas más enigmáticas de finales del siglo pasado. Acompáñanos en esta nueva aventura cinematográfica de la mano de nuestro conejo blanco con un solo ojo.
Dirigida por Darren Aronofsky, El Cisne Negro es un thriller psicológico con una impresionante fuerza hipnótica. Destaca Natalie Portman con una interpretación que le valió el Oscar. Está acompañada en el reparto por Vincent Cassel, Mila Kunis y Barbara Hershey. La película juega con luces, espejos y cuerpos que se retuercen en un escenario donde la mente no siempre es aliada.
Sinopsis de El Cisne Negro
Nina (Natalie Portman) es bailarina de una prestigiosa compañía de Nueva York. Su madre la rodea de exigencias y viejos sueños. La rivalidad con Lily (Mila Kunis) y las presiones del director (Vincent Cassel) hacen que Nina se precipite en un torbellino donde el ballet y la vida se mezclan. Los espejos la confunden y las plumas se convierten en un signo de su propia transformación.
El Cisne Negro recibió una lluvia de premios y el reconocimiento unánime de la crítica especializada. Su estreno en 2010 sacudió la temporada cinematográfica y consolidó a Darren Aronofsky como uno de los directores más provocadores de su generación.
La película obtuvo cinco nominaciones a los Premios Oscar, incluyendo Mejor Película, Mejor Dirección y Mejor Fotografía. La interpretación de Natalie Portman como Nina Sayers fue galardonada con el Oscar a la Mejor Actriz, un reconocimiento que consagró su trabajo como una de las actuaciones más intensas de la década.
En los Globos de Oro, El Cisne Negro también se alzó con el premio a Mejor Actriz y recibió nominaciones en las categorías de Mejor Película, Mejor Director y Mejor Guion. Su éxito se extendió a los BAFTA y a los Premios del Sindicato de Actores, donde Portman volvió a llevarse el premio a la Mejor Actriz.
La crítica aplaudió la visión de Aronofsky y la entrega total de Portman, destacando la atmósfera perturbadora de la película y su capacidad para convertir la danza en un descenso hipnótico hacia la locura. El diario The Guardian la calificó de «magnífica y perturbadora», mientras que The New York Times habló de una «coreografía de la obsesión tan elegante como estremecedora». En Rotten Tomatoes, la película cuenta con un sólido 85% de aprobación, confirmando su estatus como obra maestra moderna.
El Cisne Negro ha dejado una profunda huella en la cultura cinematográfica contemporánea.
Los temas de El Cisne Negro
La psicosis y la fractura de la mente
El viaje de Nina nos permite explorar cómo la presión y la obsesión pueden abrir grietas en la mente. La película muestra la tensión entre la disciplina extrema y la fragilidad emocional, hasta que la frontera entre lo real y lo imaginario se disuelve.
¿Crees que Nina ya estaba al borde de la locura o que su entorno la empuja a ese límite? ¿Qué elementos de la película refuerzan la sensación de desmoronamiento mental? ¿Hay algún momento en el que pienses que Nina podría haber detenido su caída?
Confusión entre sueño y realidad
En El Cisne Negro, los espejos son un recurso visual que reflejan un mundo que ya no se distingue del sueño. El delirio, la duda y el deseo se entrelazan. Nina ve dobles de sí misma y siente cómo la fantasía se mezcla con la vigilia.
¿En qué momentos la película juega a propósito con la confusión? ¿Cómo influye el ritmo visual y sonoro en nuestra percepción de lo que es real? ¿Podríamos decir que la película es en sí misma un sueño que no termina?
El coste de la perfección. Una búsqueda que no termina
La historia de Nina es también la historia de un ideal inalcanzable. Cada ensayo, cada paso en el ballet la acerca más a la perfección… pero también a su propia destrucción. La película cuestiona si la perfección es una meta o un espejismo.
¿Qué precio crees que paga Nina por su idea de perfección? ¿Es la perfección posible o siempre será una ilusión? ¿En qué otras áreas de la vida se puede ver esta misma obsesión?
El reflejo de El Lago de los Cisnes en la vida de Nina
La película usa la historia del ballet clásico como un espejo de la transformación de Nina. El cisne blanco y el cisne negro no son solo papeles: son dos caras de su propio yo. La traición, el sacrificio y el final trágico del ballet encuentran su eco en cada movimiento de Nina.
¿Qué parte de la historia del ballet concuerda más con la historia de Nina? ¿Crees que Nina decide su destino como Odette o queda atrapada en él? ¿Cómo se entrelazan mito y realidad en la danza de la película?
La madre, la rivalidad, la noche y los cuerpos
La película también habla de relaciones: la madre que controla, la amiga-rival que tienta, el director que exige más allá de lo razonable. El cuerpo de Nina se convierte en un campo de batalla donde se juega todo esto. La noche en el club y la atracción por Lily son símbolos de esa liberación y del peligro.
¿Qué papel juega la madre en el colapso de Nina? ¿La relación con Lily es una liberación o un paso más en su locura? ¿Qué crees que simboliza la escena en el club y cómo cambia la relación entre ellas?
Punto de encuentro y planning de la velada
El punto de encuentro será en Big Tree Books (C/ Dos Hermanas, 17) el próximo martes a las 19:30h.
Las veladas se dividirán en tres partes. La primera media hora la dedicaremos a tomar algo, a presentar la película y a conocernos. Después a las 20:00h tendremos la proyección. Todas las proyecciones se realizan en VOSE. Para finalizar tendremos un coloquio que durará hasta las 23:00h.
¿Cómo será el coloquio?
Los encuentros son participativos y queremos conocer vuestra opinión para que se pueda generar un debate abierto y constructivo. No es necesario conocimiento de cine para participar y es más, huimos del conversador pedante ya que para ellos tenemos a la wikipedia. ¡Queremos que cada martes seamos capaces de generar algo fantástico y diferente!. ¡Queremos saber lo que sientes y que seas capaz de contarlo!
A partir del tema de discusión y de lo visto en la película, las historias personales son bienvenidas y además, son una buena forma de dar a conocer lo que pensamos y lo que sentimos. ¡Nuestro deseo es que participes y seas activo!
Cine y el debate siempre van de la mano, y por eso queremos que te hagas fan de nuestro conejo blanco con un solo ojo.
¿Cuánto cuesta la sesión? Reservas
El coste de inscripción a la sesión de debate y coloquio es gratuita para los socios de Happening Madrid y para el resto aquello con lo que deseéis y podáis participar. Se puede reservar en entradium en este enlace:
Las invitaciones gratuitas para los socios La reserva gratuita para hacer luego la aportación que se desee a la finalización del coloquio Los que deseen hacer una aportación de 3€ Los que deseen hacer una aportación de 5€
y además debes de reservar por whatsapp en cualquiera de estos números
Continuamos nuestro viaje cinematográfico por los universos oníricos en Un Conejo con Ojo con la magistral Waking life (2001, Richard Linklater). Waking life es una de las películas más provocadoras y filosóficas del cine contemporánea. Waking Life es una experiencia sensorial y reflexiva, un viaje animado a través de los sueños, la conciencia y la identidad. Waking life navega por los sueños como si fuesen un laberinto de ideas en donde en cada rincón hay una conversación existencial. Hablaremos de la conciencia y los sueños luciddos, del libre albedrío y el determinismo, del leguaje y la percepción, de la identidad y el yo, de la evolución de la conciencia, de la muerte y la transcendencia.
Te esperamos este martes a las 19:30h en Big Tree Books (C/ Dos Hermanas, 17) para compartir una de las películas más enigmáticas de finales del siglo pasado. Acompáñanos en esta nueva aventura cinematográfica de la mano de nuestro conejo blanco con un solo ojo.
Waking Life es una película americana independiente del año 2001 dirigida por Richard Linkater, conocido por películas como Before Sunrise, Boyhood y Slacker.Richard Linklater es uno de los directores más inquietos e innovadores del cine independiente estadounidense. Waking Life representa una de sus obras más radicales y personales: un ensayo audiovisual sobre la conciencia, los sueños y el sentido de la existencia. Linklater, además de dirigir, escribió el guion y reunió a un grupo de actores y pensadores para crear una experiencia que va mucho más allá de la narrativa tradicional.
Un estilo visual revolucionario: la rotoscopia digital
Waking Life fue pionera en el uso artístico de la rotoscopia digital, una técnica que consiste en filmar con actores reales y luego pintar digitalmente sobre cada fotograma. El resultado es una animación vibrante, psicodélica, fluida y constantemente cambiante, que refleja perfectamente el estado onírico del protagonista.
Esta técnica fue desarrollada específicamente para la película por Bob Sabiston y su equipo, y más tarde sería perfeccionada por Linklater en su película A Scanner Darkly (2006).
El estilo visual no solo es estético, sino profundamente simbólico: refuerza la sensación de inestabilidad, de deslizamiento entre planos de realidad y de percepción alterada.
Reparto
La película no sigue un reparto tradicional, ya que funciona como una serie de encuentros con personajes más arquetípicos o conceptuales que dramáticos. Sin embargo, incluye a varios colaboradores habituales de Linklater, como:
Richard Linklater aparece también interpretándose a sí mismo.
Además, muchos de los personajes son interpretados por filósofos, científicos y profesores reales, lo que da autenticidad a las conversaciones.
Profesores e invitados destacados que aparecen en Waking Life
Profesores e invitados destacados en Waking Life
Robert Solomon – Filósofo de la Universidad de Texas, habla sobre el existencialismo y la pasión por la vida.
Kim Krizan – Escritora y actriz, reflexiona sobre el lenguaje y la conexión humana.
Eamonn Healy – Profesor de Química en la Universidad de St. Edward, explora la evolución de la humanidad y la aceleración del cambio.
David Sosa – Profesor de Filosofía de la Universidad de Texas, cuestiona el libre albedrío y las leyes físicas que rigen nuestra conducta.
Louis Mackey – Profesor de Filosofía en la Universidad de Texas (ya fallecido), medita sobre la diferencia entre la acción y la contemplación, y la condición humana.
Aklilu Gebrewold – Escritor y orador que profundiza en la conciencia y la unicidad de la experiencia.
Caveh Zahedi – Cineasta independiente, conversa sobre la importancia del momento presente y la dimensión espiritual del cine.
David Jewell – Poeta que acompaña a Caveh Zahedi en su conversación sobre “El momento sagrado” (The Holy Moment).
Timothy “Speed” Levitch – Guía turístico y orador excéntrico, expone una visión poética sobre la alienación y la auto-creación.
Alex Jones – Conocido locutor y teórico de la conspiración, aparece hablando sobre control y libertad.
Richard Linklater – El propio director de la película aparece como personaje, reflexionando sobre la naturaleza de los sueños (¡y actuando también!).
Fotografía
Aunque la rotoscopia define el estilo visual, la fotografía original fue filmada en locaciones reales de Austin, Texas. Esta ciudad universitaria se convierte en un escenario simbólico del pensamiento contemporáneo.
Banda Sonora
La banda sonora de Waking Life está compuesta por Glover Gill, con la excepción del Nocturne in E-flat major, Op. 9, No. 2 de Chopin. La interpretación corre a cargo de la Tosca Tango Orchestra, que combina tango, música clásica y sonidos atmosféricos, subrayando el carácter contemplativo y melancólico del film. Liderada por Glover Gill la banda sonora tiene una enorme influencia de la música de Astor Piazolla. También podemos escuchar el tema «The Passenger» de Iggy Pop.
El título de la película Waking Life: La Vida despierta
El título Waking Life se traduce literalmente como “la vida despierta” o “vida en vigilia”. Más allá de la traducción, la película juega con el sentido de estar despierto, no solo físicamente, sino a nivel de conciencia: cuestiona si realmente estamos despiertos o si la vida misma es un sueño que aún no comprendemos.
En España y algunos países de habla hispana, la película se estrenó bajo el título alternativo “Despertando a la vida” el 26 de abril de 2002. Este título hace referencia a una cita del filósofo Jorge Santayana:
«La cordura es una locura que se usa para bien; la vida despierta es un sueño controlado.»
Esta frase refuerza la idea central del film: la frontera difusa entre el sueño y la realidad, y cómo alcanzar la lucidez puede ser una forma de locura positiva que nos ayuda a encontrar sentido.
Jorge Santayana, nacido en Madrid y formado en Harvard, fue un pensador escéptico y materialista que valoraba la experiencia directa de la vida por encima de los dogmas. Es considerado un pensador americano más que español por haber sido profesor en Harvard. Santayana mantuvo una profunda conexión con la cultura española. Su estilo es claro y poético, y su filosofía es muy apreciada por su profundidad y elegancia literaria.
Una pequeña bio del director Richard Linklater
Nacido en 1960 en Houston, Texas, Richard Linklater es un director, guionista y productor de cine estadounidense conocido por su estilo relajado y sus diálogos inteligentes. Su cine explora temas como el paso del tiempo, la identidad y la vida cotidiana.
De entre su cinematografía podemos destacar:
Slacker (1990): Una serie de encuentros y personajes en Austin, Texas, que marcó el comienzo de su estilo.
Dazed and Confused (1993): Una comedia de culto sobre la juventud y la libertad, ambientada en los 70.
Before Sunrise (1995), Before Sunset (2004) y Before Midnight (2013): Trilogía romántica protagonizada por Ethan Hawke y Julie Delpy, sobre el amor, la conexión y el paso del tiempo.
Waking Life (2001): Una exploración onírica y filosófica de la conciencia, creada con animación rotoscópica.
A Scanner Darkly (2006): Adaptación psicodélica de la novela de Philip K. Dick, también usando rotoscopia.
Boyhood (2014): Filmada durante 12 años, sigue la vida de un niño hasta que llega a ser adulto en un retrato único del crecimiento y la familia.
La película se estrenó en enero de 2001 en el Festival de Sundance y llegó a los cines de Estados Unidos en octubre de ese mismo año con un lanzamiento limitado. En España se estrenó en cines el 26 de abril de 2002, aproximadamente seis meses después de su lanzamiento limitado en Estados Unidos el 19 de octubre de 2001. Se mantuvo su nombre original.
Desde entonces, ha cosechado una notable recepción crítica y el reconocimiento de varios festivales y círculos especializados. La puntuación de la peli en Rotten Tomatoes es de 7.4/10, en Metacritic de 82/100 y en FilmAffinity de 7.5/10.
Entre los críticos más entusiastas se encuentra Roger Ebert (Chicago Sun-Times), quien calificó a la película con cuatro estrellas y la describió como “una ducha fría de ideas refrescantes y clarificadoras”, incluyendo Waking Life en su prestigiosa lista de “Grandes películas”.
Lisa Schwarzbaum (Entertainment Weekly) otorgó la calificación “A” y también recibió críticas positivas de Stephen Holden y Dave Kehr (The New York Times). No tan elogiosas fueron las críticas de otros como J. Hoberman (The Village Voice) que la vio como una interminable sesión de charla o de otros como Frank Lovece que la consideraron pedante.
La película ha sido distinguida con premios y nominaciones:
New York Film Critics Circle: Mejor película de animación.
National Society of Film Critics: Mejor película experimental.
Premio CinemAvvenire (Festival de Venecia): Mejor película.
Nominación al León de Oro en Venecia, el premio principal del festival.
Los temas de Waking life
La conciencia y el sueño lúcido
Uno de los hilos conductores de la película es la idea de que el protagonista está atrapado en un sueño del que no puede despertar. Se encuentra con personajes que le hablan sobre los sueños lúcidos y cómo controlarlos, planteando la idea de que la realidad podría ser también un sueño del que aún no hemos tomado conciencia.
“El sueño es el destino más real que tenemos.”
¿Qué nos sugiere la película sobre la relación entre la conciencia y la vigilia? ¿Qué significa para ti la frase “El sueño es el destino más real que tenemos”? ¿Qué relación tiene el control del sueño lúcido con el control de nuestras vidas “despiertas”? ¿Cómo interpretas la búsqueda del protagonista por “despertar de verdad”? ¿Te parece que la película sugiere que la conciencia está más allá de lo físico?
El libre albedrío y el determinismo
En varias escenas, se discute si nuestras acciones están determinadas o si realmente somos libres. Un personaje habla de cómo la mecánica cuántica y la teoría del caos sugieren que la libertad puede estar limitada, mientras otros abogan por una visión existencialista de la responsabilidad personal.
“La decisión de actuar o no actuar ya es una acción.”
¿Crees que en la película se plantea que nuestras decisiones están predeterminadas por leyes físicas o sociales? ¿Qué relación ves entre el determinismo físico (como lo explica el profesor) y la sensación de libertad que experimentamos? ¿El concepto de azar en la mecánica cuántica realmente ofrece libertad o solo es una forma de incertidumbre? ¿Podemos ser verdaderamente responsables de nuestras acciones si todo está determinado? ¿Qué significa para ti encontrar “espacio para la libertad” dentro de un mundo aparentemente gobernado por causas y efectos?
El lenguaje y la percepción
Una mujer reflexiona sobre cómo el lenguaje no solo comunica, sino que construye la realidad. Sin palabras, nuestras experiencias no se fijan, no se entienden, no se comparten. Se cuestiona si realmente podemos comunicar nuestras ideas o si siempre estamos condenados a malinterpretarnos.
“Las palabras son inadecuadas… pero son todo lo que tenemos.”
¿Qué papel tiene el lenguaje en la construcción de nuestra percepción de la realidad en la película? ¿Crees que las palabras pueden expresar toda nuestra experiencia, o hay cosas que quedan fuera del lenguaje? ¿Qué relación ves entre el lenguaje como sistema de símbolos y la imposibilidad de comunicarnos completamente? ¿Cómo conecta la película la percepción sensorial con la idea de un mundo “soñado” o mental? ¿Te parece que el lenguaje, en lugar de acercarnos, a veces nos separa de la experiencia directa y pura?
La identidad y el yo
Un profesor argumenta que el “yo” no es una entidad fija, sino una ilusión narrativa. Nuestro sentido de continuidad es solo una historia que nos contamos, una ficción que nos permite funcionar, pero que no tiene una base sólida en lo real.
“Somos la historia que nos contamos a nosotros mismos.”
¿Qué significa para ti la idea de que el “yo” no es más que una construcción, una narrativa que inventamos? ¿Crees que la película sugiere que el “yo” es fluido y cambiante como un sueño? ¿Cómo se conecta la idea de un “yo” siempre en proceso con el concepto de ser coautores de nuestra propia vida? ¿Qué papel juega la memoria en la construcción de nuestra identidad? ¿Podemos encontrar un “yo verdadero” o siempre estamos interpretando diferentes máscaras y roles?
La evolución de la conciencia
Otro personaje sugiere que estamos en transición hacia un tipo de conciencia superior. La humanidad está evolucionando hacia algo más colectivo, más intuitivo, donde el pensamiento y la materia estarán más alineados.
“Tal vez nos estamos convirtiendo en los medios de una conciencia más grande que está despertando.”
¿Qué te sugiere la idea de que la evolución de la conciencia es un proceso individual y no colectivo? ¿Crees que la película propone que estamos entrando en un nuevo estadio de conciencia? ¿Qué significa para ti la noción de que la conciencia no está fija, sino en constante expansión? ¿Cómo conecta la película la evolución biológica con la evolución de la mente y el espíritu? ¿Qué implica para nosotros la posibilidad de “despertar” a un nivel más profundo de conciencia?
La muerte y la trascendencia
Se plantea que la muerte puede no ser un fin, sino un cambio de plano. En una conversación clave, se habla de la última sinapsis cerebral como un instante infinito, una idea que conecta con tu propia teoría del último pensamiento eterno.
“Quizás cuando morimos, ese instante final se convierte en toda una eternidad.”
¿Cómo interpreta la película la relación entre la muerte y el sueño? ¿Qué sentido tiene para ti la idea de que la conciencia podría continuar después de la muerte, como un “cuerpo de sueño”? ¿Crees que la película propone que la muerte es solo una transición a otro estado de conciencia? ¿Qué papel juega la idea de la trascendencia —de ir más allá del “yo” y de la vida física— en la visión de la película? ¿Te parece que la película encuentra en la muerte un mensaje de esperanza, de continuidad, o de misterio irresoluble?
Banda Sonora de Waking Life
La banda sonora de Waking Life está compuesta por Glover Gill, con la excepción del Nocturne in E-flat major, Op. 9, No. 2 de Chopin. La interpretación corre a cargo de la Tosca Tango Orchestra, que combina tango, música clásica y sonidos atmosféricos, subrayando el carácter contemplativo y melancólico del film. Liderada por Glover Gill la banda sonora tiene una enorme influencia de la música de Astor Piazolla
La banda sonora de Waking Life nos acompaña a lo largo de este viaje onírico y filosófico y la Tosca Tango Orchestra acompaña los diálogos y las secuencias de animación a lo largo de la película de una manera hipnótica. Sus melodías, en particular el tema central —una especie de tango onírico que se repite como un leitmotiv— capturan la sensación de deriva y de búsqueda que recorre la película. A través de sus violines, bandoneones y contrabajos, la banda sonora refuerza la sensación de que la vida y el sueño son un mismo vals interminable.
Además de la Tosca Tango Orchestra, la banda sonora incluye otros temas cuidadosamente seleccionados, como la versión de “The Passenger” de Iggy Pop, que suena en un momento clave. Este contraste entre el tango moderno y el rock crea un puente entre lo clásico y lo contemporáneo, entre lo íntimo y lo expansivo, reflejando así la diversidad de pensamientos e imágenes que habitan Waking Life.
Ideas y pensamientos en Waking Life
En Waking Life no encontramos con grandes ideas que han marcado la historia del pensamiento. Richard Linklater la convierte en un viaje de conversaciones y reflexiones donde cada palabra flotar en este mundo ensoñado.
El mismo título de la película cita a Jorge Santayana, el filósofo que creía que la vida despierta no es otra cosa que un sueño controlado. Su frase late en el título y en la atmósfera del film, que juega constantemente con la frontera entre el sueño y la vigilia.
Aparecen también otros gigantes del pensamiento. Jean-Paul Sartre se cuela en los diálogos sobre la libertad y la responsabilidad que todos tenemos de vivir nuestras propias vidas. Lo mismo ocurre con William James y su visión pragmática de la existencia, y con la melancolía poética de Unamuno que está presente aunque no se mencione directamente.
La película cita nombres como Thomas Mann —cuando se defiende la importancia de participar en la vida antes que describirla— y Benedict Anderson, que habla de la identidad como una historia que tejemos con las palabras y los recuerdos. D.H. Lawrence aparece como un recordatorio de que dos almas pueden encontrarse de verdad en un solo gesto honesto.
En uno de los momentos más profundos de la película, se hace una referencia directa a las ideas de André Bazin, el influyente teórico del cine. Bazin creía que el cine y la fotografía tienen una misión: capturar la realidad, hacer visible lo que está en el mundo de forma concreta y única.
Hay momentos en que la narración se vuelve casi mística. En el monólogo sobre el tiempo, suena la teoría de Philip K. Dick, que nos lleva a pensar que la historia y la vida pueden ser un solo instante repetido. Y en un guiño poético, Federico García Lorca nos recuerda que la vida no es un sueño, sino algo más real y urgente.
El film no se limita a hacer citas cultas. Lo que logra es que estas ideas suenen cercanas, como si cada espectador pudiera reconocerlas en su propia vida. Las palabras de Giacometti y Lady Gregory, las voces de poetas, filósofos y científicos, se convierten en piezas de un mismo rompecabezas.
Waking Life no ofrece respuestas, pero sí la certeza de que preguntar y dudar son actos profundamente humanos. Con la música de la Tosca Tango Orchestra y las imágenes siempre cambiantes, Linklater crea un espacio donde las ideas respiran y se sienten vivas. Un recordatorio de que pensar, soñar y conversar siguen siendo la mejor forma de estar despiertos.
Corrientes filosóficas en Waking Life
Existencialismo
Una de las corrientes más evidentes es el existencialismo. El existencialismo aparece en las reflexiones sobre la libertad, la responsabilidad y el sentido de la vida, ideas que están en los monólogos de filósofos como Jean-Paul Sartre y en la voz de los personajes que rechazan vivir de manera mecánica, como “hormigas”. La película defiende que cada instante puede ser una afirmación de la existencia y de la autenticidad.
Excepticismo y materialismo
También está muy presente el escepticismo y el materialismo, en los pasajes que cuestionan la naturaleza de la realidad: ¿qué nos asegura que lo que percibimos es real? Estas dudas sobre la percepción y la conciencia conectan con la idea de que todo podría ser un sueño, o una ilusión sostenida por la materia y las leyes físicas.
El humanismo, por otro lado, aparece en la reivindicación de la experiencia personal y en el diálogo con el arte, la música y la creación. La película parece decirnos que vivir plenamente es, en sí mismo, un arte.
Espiritualidad y misticismo
Por último, hay una vena espiritual y poética —a veces cercana al misticismo— que recorre toda la obra. Se refleja en la idea de que todo instante tiene algo sagrado y que cada momento puede ser una puerta a lo absoluto, como sugiere la escena de “El momento sagrado”.
En conjunto, Waking Life es como un caleidoscopio donde el existencialismo, el escepticismo, el humanismo y la espiritualidad dialogan en un mismo plano. No ofrece respuestas cerradas, pero sí un espacio para que cada espectador piense y sienta qué significa “estar despierto”.
Resumen de los capítulos de waking life
El camino hacia el conocimiento que nos invita a hacer la película Waking Life tiene veinte paradas, capítulos o escenas que a continuación os damos a conocer.
Sueño y destino
El protagonista juega con dos niños, mientras la música de cuerdas suena: “El sueño es el destino”, dicen.
Anclas a la deriva
Sube a un coche-barco y el conductor le habla de fluir, de no aferrarse a nada: “La vida es estar en constante partida, pero siempre llegando.”
Lecciones de vida
Un profesor de filosofía habla sobre el existencialismo y la responsabilidad. Otra mujer reflexiona sobre cómo el lenguaje surge de nuestra necesidad de conexión.
Alienación
Un hombre habla de cómo la sociedad se alimenta del caos y la violencia, mientras se rocía gasolina y se prende fuego.
Muerte y realidad
Dos amantes conversan sobre la muerte, la conciencia y la reencarnación. Hablan de la memoria colectiva y la conexión universal.
Libre albedrío y física
Un profesor cuestiona la libertad humana bajo las leyes físicas y la incertidumbre cuántica. Otro personaje llama a la rebeldía y la autonomía.
La paradoja del envejecimiento
Dos mujeres comparten cómo, con la edad, sienten más libertad y curiosidad, aunque sus cuerpos cambien.
Ruido y silencio
La voz de un mono proyectado habla sobre la búsqueda de una nueva comunicación, mientras un profesor plantea la pregunta clave: ¿Qué es más universal, el miedo o la pereza?
¿Cuál es la historia?
Un escritor explica que su historia no tiene argumento: solo gestos, momentos y emociones.
Sueños
Se habla de la lucidez y el control de los sueños. “¿Estás soñando?”, pregunta uno. “Si puedes reconocerlo, puedes hacer cualquier cosa.”
El momento sagrado
Dos hombres reflexionan sobre cómo el cine captura el instante real y cómo la vida entera es una sucesión de momentos sagrados.
La sociedad es un fraude
Un grupo de amigos habla sobre romper la hipocresía y la superficialidad del mundo, destruyendo las normas que limitan la autenticidad.
Soñadores
Un hombre con una camiseta de “Free Radio” afirma: “Soñar no está muerto, solo olvidado”. Otro personaje reconoce que todos somos exploradores del infinito.
Hormigas
Un encuentro fortuito se convierte en un momento de verdad: “No quiero ser una hormiga”, dice él. “Quiero ver y ser visto.”
Somos los autores
Un poeta excéntrico proclama: “Somos coautores de este mundo, una novela absurda llena de payasos. La vida es un milagro acumulado momento a momento.”
Conócete a ti mismo
El protagonista habla con otros y consigo mismo, enfrentando la incertidumbre de no saber si está despierto o soñando.
Representación
Mientras la música y el baile envuelven la escena, la voz de Kierkegaard resuena: “Llévame”. La vida se convierte en un espectáculo siempre en movimiento.
Atrapado en un sueño
El protagonista se siente atrapado en un bucle de sueños dentro de sueños. Un amigo le cuenta historias que cuestionan el tiempo y la eternidad.
Despierta
Camina por la calle, flota hacia el cielo y se disuelve en la nada. La frontera entre vigilia y sueño desaparece.
Créditos finales
La música continúa mientras los nombres pasan. Un último vistazo a los estilos de animación y la promesa de que, aunque la película termina, la exploración nunca acaba.
Punto de encuentro y planning de la velada
El punto de encuentro será en Big Tree Books (C/ Dos Hermanas, 17) el próximo martes a las 19:30h.
Las veladas se dividirán en tres partes. La primera media hora la dedicaremos a tomar algo, a presentar la película y a conocernos. Después a las 20:00h tendremos la proyección. Todas las proyecciones se realizan en VOSE. Para finalizar tendremos un coloquio que durará hasta las 23:00h.
¿Cómo será el coloquio?
Los encuentros son participativos y queremos conocer vuestra opinión para que se pueda generar un debate abierto y constructivo. No es necesario conocimiento de cine para participar y es más, huimos del conversador pedante ya que para ellos tenemos a la wikipedia. ¡Queremos que cada martes seamos capaces de generar algo fantástico y diferente!. ¡Queremos saber lo que sientes y que seas capaz de contarlo!
A partir del tema de discusión y de lo visto en la película, las historias personales son bienvenidas y además, son una buena forma de dar a conocer lo que pensamos y lo que sentimos. ¡Nuestro deseo es que participes y seas activo!
Cine y el debate siempre van de la mano, y por eso queremos que te hagas fan de nuestro conejo blanco con un solo ojo.
¿Cuánto cuesta la sesión? Reservas
El coste de inscripción a la sesión de debate y coloquio es gratuita para los socios de Happening Madrid y para el resto aquello con lo que deseéis y podáis participar. Se puede reservar en entradium en este enlace:
Las invitaciones gratuitas para los socios La reserva gratuita para hacer luego la aportación que se desee a la finalización del coloquio Los que deseen hacer una aportación de 3€ Los que deseen hacer una aportación de 5€
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La película Waking Life comienza con dos niños —un niño y una niña— que juegan a un sencillo pero misterioso juego de “frog”. Con la voz suave de la niña, la secuencia se convierte en un ritual de adivinación: “Elige un color”. Él responde: “Azul”. Y así, deletrean la palabra lentamente, letra por letra, como marcando el ritmo de un destino que apenas se vislumbra. Después, la niña le pide que elija un número, y luego otro, y uno más. Cada paso es un paso hacia el futuro, contado con la inocencia de un juego, pero cargado de la extraña solemnidad de un oráculo infantil.
Finalmente, tras la última cuenta, la niña recita: “Dream is destiny.” Un susurro que parece resonar más allá del juego, como una verdad que encierra el corazón de la película: el sueño es el destino.
La escena cambia abruptamente. Nos encontramos con la Tosca Tango Orchestra, ensayando en el interior de una casa. El ambiente es relajado, casi doméstico, mientras los músicos afinan sus instrumentos. Se escuchan voces suaves que dan instrucciones: “Rock out. Rock and roll. Go strings. Dig in.” El director pide ajustes sutiles en la interpretación, pidiendo que las cuerdas vibren con una intensidad contenida, un leve temblor que evoca la inestabilidad de lo onírico. Quiere que suenen “ricas” y “ligeramente fuera de tono”, como si la música misma estuviera soñando.
Entre cada indicación y cada nota, la atmósfera se va construyendo: un ensayo musical que parece ser también un ensayo existencial. La música, como los sueños, exige encontrar el equilibrio entre lo afinado y lo incierto. Cada uno de los músicos aporta su parte, y poco a poco, la melodía toma forma.
Así comienza Waking Life: con un juego de niños que revela un destino, y con una orquesta que busca la vibración justa para acompañar el viaje de los sueños. Es un prólogo que anuncia que lo que veremos no será una historia lineal, sino una deriva poética y filosófica, donde cada nota y cada palabra construyen un mapa cambiante de la conciencia.
¡Anclas Arriba!
El segundo capítulo de Waking Life comienza en un aeropuerto, un espacio de tránsito y espera, donde el protagonista —caminando con la calma de quien se ha convertido en un eterno viajero— telefonea a un amigo. Su voz es suave, casi ausente. “Hola, soy yo… acabo de llegar a la ciudad. Pensé que podría molestarte para que vinieras a buscarme… pero bueno, no pasa nada, supongo que tomaré un taxi. Nos vemos luego, supongo.” El tono de la llamada es tan efímero como un susurro: un gesto sin mayor importancia, otra línea inconclusa en su viaje sin destino aparente.
Afuera, frente al aeropuerto, un vehículo imposible —un coche-barco— aparece como surgido de un sueño. El conductor, con la energía y el humor de un personaje sacado de un cuento marítimo, grita: “¡Ahoy, compañero! ¿Te apuntas a este viaje sin rumbo fijo? ¿Quieres subirte y dejarte llevar?” El protagonista, sorprendido pero sin resistencia, acepta la invitación. “Gracias”, dice simplemente. El conductor, con tono alegre, proclama: “¡Anchors aweigh!”, como quien alza el ancla y se lanza a navegar.
Una vez dentro del coche-barco, el conductor filosofa con naturalidad. Habla de su vehículo como una extensión de su personalidad, como una ventana siempre abierta al mundo, donde cada minuto es un espectáculo cambiante. “Puede que no lo entienda”, admite, “puede que ni siquiera esté de acuerdo con ello… pero lo acepto y fluyo.” Su filosofía es la del mar: “El mar no rechaza ningún río.” Habla de mantenerse en constante partida y constante llegada, sin necesidad de presentaciones ni despedidas. Y concluye: “La vida no necesita explicación, sólo ocupantes.”
Sus palabras suenan como un manifiesto para la existencia misma. Habla de la vida como una caja de crayones: puede ser de ocho o de dieciséis, pero lo importante no es el tamaño, sino cómo usamos los colores. Invita a pintar fuera de las líneas, a no quedarse encerrado en los límites. “No me encierres en una caja”, dice. “Estamos en movimiento hacia el océano. No estamos atrapados en la tierra.”
En medio de este discurso poético, el pasajero que viaja junto al protagonista en el asiento trasero interrumpe con un tono de complicidad absurda. Propone un destino al azar: “Sigue tres calles más arriba, gira a la derecha, luego dos bloques y déjalo en la siguiente esquina.” Nadie sabe realmente adónde va. Pero en este mundo onírico, incluso el destino inventado determinará el resto de la vida del protagonista. Entre risas y un bocinazo imaginario —“¡Toot toot!”— la escena concluye.
El protagonista se baja del coche y, de pronto, la fragilidad del sueño se rompe. Encuentra una nota en el suelo que le pide que mire a la derecha. Obedece, y de inmediato es golpeado por un coche. Despierta entonces a otro nivel de conciencia, o tal vez a otro sueño. Recupera el color, se viste, come algo apresuradamente y asiste a clase. El profesor de filosofía ya está hablando, como si la vida misma continuara fluyendo sin interrupciones, llevándolo de un lugar a otro sin darle tiempo a preguntarse si está despierto o sigue soñando.
Well I don’t know either, but it’s somewhere, and it’s going to determine the course of the rest of your life. All ashore that’s going ashore. Ha ha ha ha ha. Toot, toot.
Lecciones de vida
En el capítulo titulado “Lecciones de vida”, la película abandona el ensueño puro para adentrarse en la reflexión filosófica, a través de tres figuras que encarnan distintas perspectivas sobre la existencia y el progreso humano.
Primero, vemos a un profesor de filosofía —Robert Solomon— hablando apasionadamente ante sus estudiantes. Sus palabras son una defensa encendida del existencialismo, no como una curiosidad académica o una moda francesa más, sino como una propuesta urgente y necesaria para el nuevo siglo. Él denuncia que la vida moderna parece haber olvidado las virtudes fundamentales: vivir con pasión, asumir la responsabilidad de quienes somos y, sobre todo, sentirnos bien por el mero hecho de estar vivos. Insiste en que el existencialismo no es un canto a la desesperación, como muchos creen, sino todo lo contrario: un grito de libertad, una celebración de la fuerza con la que cada persona puede esculpir su destino. Para Solomon, hablar de responsabilidad no es una abstracción: es un asunto concreto, cotidiano, el acto de decidir y aceptar las consecuencias. Aunque haya seis mil millones de personas en el mundo, lo que cada uno hace marca una diferencia. En el fondo, su mensaje es claro y directo: nunca debemos renunciar a la idea de que somos autores de nuestra vida, no víctimas de las circunstancias.
La escena cambia para mostrarnos a una mujer —Kim Krizan— hablando con calma en el interior de una casa. Su reflexión gira en torno a la creación y el lenguaje. Ella ve la creatividad no como un acto de perfección, sino como un fruto de la frustración y el esfuerzo. El lenguaje, dice, nació de esa necesidad de romper la soledad, de tender un puente entre seres humanos aislados. Al principio, fue simple: palabras como “agua” o “tigre dientes de sable detrás de ti” surgieron de la pura necesidad de sobrevivir. Pero cuando el lenguaje se convierte en un medio para expresar lo intangible —el amor, la ira, la tristeza— se vuelve mucho más complejo y poético. Ella reconoce la paradoja: las palabras son inertes, símbolos que no pueden abarcar toda la riqueza de lo que sentimos. Y sin embargo, en esos momentos en que logramos conectar, cuando creemos que nos entienden de verdad, surge una comunión casi espiritual. Aunque sea fugaz, dice, ese instante de conexión es, quizás, lo que da sentido a la vida.
La última voz de este capítulo es la de un hombre intensamente gesticulante frente a un acuario: el profesor de química Eamonn Healy. Su mirada es mucho más amplia, casi cósmica. Traza un mapa vertiginoso de la evolución humana, desde los primeros organismos hasta la era industrial. Muestra cómo los procesos de evolución se han ido acelerando, como si el tiempo mismo se contrajera, y sugiere que ahora, en nuestra era, la nueva evolución se manifestará dentro de nuestra propia vida. Esta nueva etapa no está dictada por el azar biológico, sino por la fusión del conocimiento: la inteligencia artificial y la biología molecular. Ya no hablamos de un proceso pasivo, donde el individuo es solo un peón, sino de una evolución centrada en el individuo, impulsada por sus deseos y necesidades. Imagina así al “neo-humano”, una entidad con una conciencia ampliada, capaz de existir más allá de las limitaciones del tiempo y el espacio.
El profesor sueña con un futuro en el que las viejas manifestaciones de la evolución —la guerra, la moralidad impuesta, el dominio y la explotación— sean relegadas a un pasado distante. En su lugar, vislumbra una humanidad renovada, donde la verdad, la justicia y la libertad sean las nuevas señas de identidad. Es un momento de esperanza: un sueño en el que el individuo no está atrapado en la evolución, sino que se convierte en su autor.
Así, este capítulo se convierte en un mosaico de lecciones de vida: la pasión y la responsabilidad, la poesía y las limitaciones del lenguaje, la promesa de una conciencia que trascienda los límites del presente. Cada palabra, cada gesto y cada reflexión construyen un coro polifónico que late en el corazón de Waking Life: un llamado a no renunciar nunca a la idea de que somos, siempre, más grandes que nuestras circunstancias.
Alienación
En el capítulo titulado “Alienación”, la atmósfera de la película se sumerge en una sensación inquietante y casi surrealista. El protagonista entra en una casa vacía y silenciosa. Se quita los zapatos, como si quisiera dejar fuera todo vestigio de la rutina cotidiana, y se recuesta en la cama. Toma un libro entre sus manos, pero al abrirlo descubre que sus páginas están en blanco, como si en ese mundo de sueños ni siquiera las palabras pudieran anclarlo a algo sólido.
Mira su despertador, pero los números no son números, sino figuras danzantes, retorcidas, incapaces de formar un tiempo comprensible. Se echa hacia atrás y, envuelto por un susurro de viento que recuerda al sonido del mar, comienza a flotar. Su cuerpo trasciende las paredes de la habitación, atraviesa el techo, y vuela por encima de los suburbios, como un espíritu que ha abandonado toda atadura física.
Luego la escena cambia y lo vemos caminando por la calle junto a un hombre que sostiene una lata de gasolina —un hombre que parece encarnar la voz del desarraigo. Sus palabras son un monólogo oscuro, una confesión que corta como un cuchillo: “Un hombre autodestructivo se siente completamente alienado, absolutamente solo. Piensa: ‘Debo estar loco’. Pero lo que no comprende es que la sociedad misma comparte con él un interés profundo por las pérdidas y las catástrofes.”
El hombre habla de cómo guerras, hambrunas, inundaciones y terremotos no son solo desgracias accidentales: cumplen necesidades bien definidas, alimentan un deseo de caos que habita en cada ser humano. Habla de la fascinación orgiástica que todos sentimos ante la destrucción, aunque el discurso oficial —la prensa, la política— se empeñe en disfrazarlo como tragedias humanas que lamentar. “Pero todos sabemos”, dice con voz dura, “que la función de los medios no es eliminar los males del mundo, sino convencernos de aceptarlos y aprender a vivir con ellos.”
Mientras caminan, el hombre, con un tono cada vez más desesperado, denuncia cómo el sistema ofrece solo falsas opciones: la ilusión de elegir entre un “títere de la derecha” o un “títere de la izquierda”, dejando al individuo en la impotencia de la pasividad. Él mismo se siente al borde de estallar, de transformar su alienación en un grito.
De pronto, sin previo aviso, decide que es hora de dejar que su insatisfacción y su rabia encuentren su forma más brutal. Con determinación trágica, se rocía de gasolina, como un profeta en llamas, y enciende el fuego que lo consume en un instante. Su cuerpo se convierte en antorcha y, en un acto de desesperación absoluta, expresa su repudio a un mundo que lo ha dejado sin voz.
La cámara no juzga, no explica. Solo observa este sacrificio autodestructivo como un símbolo del límite último de la alienación. Una escena breve pero devastadora, que deja al espectador con la inquietud de saber si el protagonista está presenciando un sueño, una metáfora o la verdad más dolorosa de todas: que la alienación puede llevar a la autoinmolación, como un grito contra el vacío.
Muerte y realidad
El capítulo titulado “Muerte y Realidad” nos lleva a un espacio íntimo y profundo: una cama compartida por una pareja, interpretada por Julie Delpy y Ethan Hawke. Sus cuerpos están juntos, pero sus pensamientos navegan a través de las dimensiones del tiempo y la muerte. Ella confiesa que a menudo siente que está observando su propia vida desde la perspectiva de una anciana a punto de morir. Como si cada instante de su vida despierta fueran, en realidad, los recuerdos de esa mujer que se despide del mundo.
Él la escucha con ternura y comparte la curiosa idea de Timothy Leary, quien decía que en el momento de morir, cuando el cuerpo se apaga pero el cerebro sigue vivo durante esos últimos seis a doce minutos, se produce una prolongación casi infinita de la conciencia. Como si un solo segundo de la mente soñadora se convirtiera en un océano de tiempo, en el que cabe toda una vida. Ella sonríe: “Eso explicaría por qué a veces, en un solo minuto de sueño, vivimos horas enteras de belleza e intensidad”. Y así, se preguntan si en ese instante final, todos los recuerdos, todas las experiencias, vuelven a la conciencia como un último y eterno viaje.
La conversación deriva hacia la reencarnación y la memoria colectiva. Ella cuestiona las fantasías de grandeza que a menudo acompañan la creencia en la reencarnación: “Todos dicen que fueron Cleopatra o Alejandro Magno… Pero seguro que la mayoría de nosotros no fuimos más que simples mortales”. Él ríe y plantea que quizás la reencarnación no es más que una expresión poética de la memoria de la especie. Habla de un artículo científico que explica cómo cada ser humano nace con un legado de mil millones de años de memoria ancestral, y cómo eso se manifiesta en instintos, en esa sensación de conexión misteriosa con algo mayor.
Ella asiente, fascinada por la idea de que existe una especie de comunión telepática entre todos nosotros. Como si las grandes ideas no surgieran de la nada, sino que flotaran en un mar de pensamientos compartidos, listas para ser pescadas por mentes afines en distintos rincones del mundo. Juntos evocan el estudio de los crucigramas: un experimento que demostró que, una vez que las respuestas están ahí afuera, incluso las personas aisladas parecen poder sintonizar con ellas, como si la conciencia colectiva fuera un océano al que todos pertenecemos, lo sepamos o no.
Pero la escena siguiente corta de golpe esta atmósfera de calma y misterio. Vemos a un hombre de rostro enrojecido, encerrado en una celda. Su voz es un torrente de odio y resentimiento. Grita amenazas violentas contra sus enemigos imaginarios o reales: jueces, psiquiatras, cualquiera que él crea responsable de su encierro. Su monólogo es un vómito de rabia, fantasías de tortura y venganza que dibujan un retrato aterrador de la alienación más extrema. Habla de agujas en los tímpanos, cigarros ardiendo en los ojos, plomo fundido, párpados arrancados. Su discurso no deja lugar a la duda: está atrapado en un infierno personal de odio y violencia, donde la única realidad posible es la del dolor y la destrucción.
Así termina este capítulo, oscilando entre la ternura filosófica y el delirio violento. Como si la película nos recordara que, entre la serenidad de la aceptación de la muerte y la furia de los que no logran hacer las paces con ella, se extiende el ancho espectro de lo humano. Un recordatorio de que, en el sueño de la vida y la muerte, caben todas las voces: las que buscan sentido, las que anhelan conexión y también las que gritan desde la más oscura soledad.
Libre albedrío y física
En el capítulo titulado “Libre albedrío y física”, la película nos invita a entrar en un territorio que une ciencia, filosofía y política, y que late con la eterna pregunta: ¿Somos realmente libres?
Comienza en la oficina de un profesor de filosofía —David Sosa— que expone con serenidad y profundidad las paradojas de nuestra comprensión contemporánea del mundo. Habla de cómo, en este nuevo siglo, la ciencia parece haber reemplazado a Dios, dándonos leyes físicas tan precisas que gobiernan cada partícula del universo, incluyéndonos a nosotros. Somos —dice con voz calmada— sistemas físicos complejos, estructuras de carbono y agua, y cada gesto, cada pensamiento, está sometido a las mismas leyes químicas y eléctricas que rigen las estrellas. Así, la libertad parece quedar fuera de la ecuación: ¿es la historia de nuestras vidas algo más que el eco inevitable de la gran explosión inicial?
El profesor reconoce que podríamos tratar de olvidar el problema, descartarlo como una cuestión sin respuesta, pero insiste en que el enigma del libre albedrío no desaparece: nos persigue porque somos personas, no solo cuerpos. Porque sin libertad, no hay responsabilidad, ni culpa, ni admiración, ni dignidad. Al final, su voz parece vacilar entre la certeza científica y la necesidad humana de creernos capaces de elegir.
La escena cambia bruscamente: ahora escuchamos a un hombre con un megáfono —Alex Jones— conduciendo por las calles y gritando con furia y pasión libertaria. Su discurso es un torrente de acusaciones contra el sistema, un llamado a la rebelión contra la alienación y el control masivo. “¡Es hora de despertar!”, clama. Denuncia las falsas dicotomías políticas, los títeres de siempre —demócratas o republicanos— que solo perpetúan la esclavitud. Su grito es el eco de un espíritu que se niega a someterse, una chispa de insurrección que arde contra la manipulación y la resignación.
La película nos lleva después a un anciano —Otto Hofmann— sentado ante una mesa. Su voz es serena y casi susurrante. Habla de la liberación del espíritu, de cómo la voluntad de la nada es el mayor enemigo que enfrentamos. Para él, decir “sí” a un instante de vida es decir “sí” a toda la existencia. Cada afirmación se convierte en una cadena que crece sin límite, transformando la nada en un canto de plenitud.
Finalmente, un escritor afroamericano —Aklilu Gebrewold— ofrece una reflexión que eleva el diálogo a un plano casi místico. Habla de la mente como un instrumento de representación y exploración, y de cómo estamos viviendo un momento histórico donde las experiencias en los límites —las zonas de frontera de la conciencia— se están convirtiendo en norma. A través de la aceptación de la diversidad y la multiplicidad, podemos vislumbrar la profunda unidad que las conecta. Habla de la emergencia de una nueva mente, una conciencia que aún está por nacer y que, en su radical subjetividad, se abre a la objetividad infinita del cosmos.
Para él, cada historia es única, pero a la vez forma parte de la gran historia universal. Cada acto deja una huella en el tejido del universo, y cada uno de nosotros es a la vez un instante singular y una nota en la sinfonía de la vida cósmica.
Así, este capítulo se convierte en un tapiz de voces: la razón filosófica que enfrenta los límites del determinismo, la rabia política que rechaza las cadenas, la serenidad espiritual que afirma la existencia y la voz poética que canta la comunión de todas las cosas. Waking Life no ofrece respuestas definitivas, pero nos deja flotando en ese espacio donde la física y la libertad se rozan —y donde, tal vez, podemos encontrar un camino para que la voluntad de ser no sea solo un espejismo.
La paradoja del envejecimiento
En “La paradoja del envejecimiento”, la película nos lleva a una escena cotidiana y a la vez llena de profundidad: dos mujeres almuerzan juntas, conversando con una calma y una complicidad que solo puede nacer de la madurez. Mientras saborean su comida, reflexionan sobre esa sensación tan extraña que trae el paso del tiempo.
Una de ellas describe cómo el tiempo se disuelve en partículas que se mueven a toda velocidad. “A veces siento que soy yo quien va rápido”, dice, “otras veces siento que es el tiempo… pero nunca los dos al mismo tiempo”. La otra asiente, comprendiendo de inmediato la paradoja: aunque, técnicamente, están más cerca del final de sus vidas que nunca, ahora más que nunca sienten que tienen todo el tiempo del mundo. Cuando eran jóvenes —recuerdan— había una especie de prisa desesperada, una necesidad de certezas, como si la vida fuera un camino con un final que debían alcanzar cuanto antes.
Recuerdan cómo de jóvenes pensaban que, llegado cierto punto —quizás en los treinta y tantos— todo se estabilizaría y terminaría de acomodarse. “Como si al llegar a una especie de meseta, todo crecimiento se detuviera, incluso la emoción misma”, confiesa una de ellas. Pero, afortunadamente, la vida no resultó así. Al contrario: lo que antes parecía un destino fijo se convirtió en un paisaje siempre cambiante, empujado por la curiosidad interminable que, creen, es la mejor cualidad de ser humano.
Entonces, una de ellas menciona una idea del pensador Benedict Anderson sobre la identidad. Explica que cuando miramos una foto de cuando éramos bebés, ese niño pequeño y extraño solo se convierte en “nosotros” porque tejemos una historia que conecta ese instante con quienes somos hoy. “Éste era yo cuando tenía un año… luego tuve el pelo largo, nos mudamos a Riverdale, y ahora aquí estoy”. Así, para poder reconocernos en el pasado y darle sentido a nuestra identidad, tenemos que inventar un relato, una ficción que da continuidad a lo que, en realidad, es un flujo sin principio ni fin.
La otra mujer reflexiona sobre esa extrañeza: nuestras células se regeneran completamente cada siete años. En un sentido literal, somos cuerpos totalmente nuevos varias veces a lo largo de una vida. Sin embargo, seguimos siendo nosotros mismos, inconfundibles, como si hubiera algo esencial que no se regenera ni se disuelve.
El capítulo concluye en ese punto de quietud: un instante de comunión entre dos mujeres que, con la serenidad de la madurez, comprenden que la vida no tiene un final claro ni un único destino. Más bien, la existencia es un relato que se construye a cada paso, un relato en el que siempre somos, paradójicamente, los mismos y a la vez completamente nuevos.
Ruido y silencio
El capítulo “Ruido y silencio” comienza con una imagen desconcertante y cargada de ironía: un chimpancé sentado junto a un proyector, convertido en un improbable maestro de ceremonia. Las palabras “RUIDO Y SILENCIO” aparecen en la pantalla mientras la voz —serena y poética— del narrador comienza a desgranar un manifiesto: “Nuestra crítica empezó como empiezan todas las críticas: con la duda. Y la duda se convirtió en nuestra narrativa.”
El tono es el de un manifiesto de rebelión y búsqueda. Habla de cómo sus gestos, sus acentos y sus miradas representaban la negación del mundo antiguo y la tentativa de un nuevo relato. Sus vidas creaban una situación inesperada y subversiva, como una microsociedad clandestina en el corazón de una sociedad que los ignoraba. El arte no era un fin, sino un método: un modo de encontrar su ritmo propio y los deseos enterrados de su tiempo. Lo que buscaban no era tanto la obra de arte como la posibilidad de una comunicación auténtica, aunque siempre se desvaneciera, como un espejismo. Y aun así, impulsados por el deseo de no aceptar lo establecido, seguían llenando los silencios con sus fantasías, temores y anhelos. Porque aunque el mundo se les presentara vacío y degradado, sabían que todo seguía siendo posible: con las circunstancias adecuadas, un mundo nuevo era tan probable como uno viejo.
La escena se cierra con un toque de absurdo poético: el chimpancé devora sus propias notas, la pantalla anuncia “COMENZAR DE NUEVO… DESDE EL PRINCIPIO” y un rostro juvenil parpadea en la pantalla, mientras la película se agota en el proyector y la luz titila antes de desvanecerse. Un acto de autodevoración que evoca la fragilidad de cualquier intento de verdad o comunicación.
Luego, la película se traslada a un bar tranquilo donde el protagonista comparte un momento con un hombre mayor —un profesor de filosofía de voz suave y mirada sabia. Habla con la lucidez de quien ha pensado mucho en las paradojas de la vida. “En este mundo hay dos clases de sufrientes: los que sufren por falta de vida y los que sufren por un exceso de vida.” Él mismo se sitúa en la segunda categoría, como quien lleva la existencia en la sangre, demasiado intensa y sin reposo.
Reflexiona sobre la humanidad y sus límites, diciendo que, en el fondo, la mayor parte de las acciones humanas no son más que una repetición de la conducta animal, apenas mejorada por las tecnologías y las herramientas que creamos. Su ironía se vuelve mordaz: “Lo máximo que logramos es llegar al nivel de un super-chimpancé.” Y luego lanza una idea aún más radical: la brecha entre un genio como Platón o Nietzsche y el ser humano promedio es mucho mayor que la que separa al chimpancé de cualquiera de nosotros.
Se pregunta, con un dejo de melancolía, por qué tan pocas personas alcanzan ese nivel de plenitud, ese “reino del verdadero espíritu”. ¿Por qué la historia de la humanidad no es un relato de progreso, sino un interminable sumar de ceros? Incluso los antiguos griegos, dice, hace tres mil años ya estaban tan avanzados como nosotros. Su mirada crítica no es nostalgia, sino un reto: “¿Qué es lo que nos detiene? ¿Qué impide que alcancemos nuestro verdadero potencial?”
La respuesta, concluye, está en una pregunta aún más profunda: ¿cuál es la característica humana más universal? ¿El miedo o la pereza? Una pregunta que resuena como un eco incómodo en la mente del espectador, invitando a mirar dentro de uno mismo y reconocer las cadenas invisibles que atan nuestras vidas.
Así, este capítulo se mueve entre la sátira poética del chimpancé-filósofo y la confesión lúcida de un pensador veterano, entre la duda y la certeza de que todo empieza —y termina— con el coraje o la renuncia a ser más de lo que somos.
¿Cuál es la historia?
En el capítulo titulado “¿Cuál es la historia?”, la película nos ofrece un mosaico de escenas que, a pesar de su diversidad, parecen hiladas por un mismo hilo invisible: la búsqueda de sentido en la narración, en la vida misma.
La primera escena es un diálogo íntimo y poético entre un chico y una chica que comparten café en lo que podría ser una librería o un bar. Él escribe una novela, pero cuando ella le pregunta “¿Cuál es la historia?”, la respuesta desconcierta y fascina: “No hay historia. Solo gente, gestos, momentos, ráfagas de éxtasis, emociones fugaces. En resumen, las historias más grandes jamás contadas”. Ella sonríe, intrigada, y pregunta si él mismo forma parte de esa historia. Él responde, dudoso: “No lo creo. Pero al mismo tiempo, la leo y la escribo”. Una confesión que encapsula el espíritu de Waking Life: el narrador y el narrado, la vida y la ensoñación, se confunden.
La película salta entonces a un bar donde un hombre —interpretado por Steven Prince— relata con crudeza una historia de violencia. Describe cómo, en una gasolinera en medio del desierto, enfrentó a un ladrón que lo amenazó con un cuchillo de doce pulgadas. Recuerda cada detalle con la intensidad de quien revive la escena: la mirada llena de odio del asaltante, la sensación de que la vida se reducía a ese instante. Cuando el atacante irrumpe en la oficina, él reacciona instintivamente: dispara con un revólver que el dueño guardaba detrás de la caja registradora. El hombre cae herido, pero se levanta todavía empuñando el cuchillo, como un espectro de muerte. En medio del shock, Steven descarga el revólver una y otra vez, empujado por el miedo y la certeza de que no había otra salida.
La historia culmina con una especie de ritual de poder. El narrador muestra el revólver como un talismán de supervivencia y concluye con un brindis oscuro: “Una población bien armada es la mejor defensa contra la tiranía”. Pero el tono se vuelve todavía más grotesco: el camarero lo reta a disparar y, en un instante de brutalidad surrealista, ambos terminan matándose mutuamente. La sangre se extiende en la pantalla, roja e implacable, como un recordatorio de que incluso las historias más banales pueden desembocar en tragedia.
La película cambia nuevamente de registro: el protagonista se despierta y, como tantas veces antes, llama a un amigo para contarle su sueño, como si la línea entre la vigilia y la fantasía se hubiera disuelto del todo. Después, se sienta ante el televisor y cambia de canal compulsivamente. Fragmentos de programas inconexos pasan ante sus ojos: rodeos, vendedores de sombreros, filósofos que rechazan la salvación futura y aceptan la perfección imperfecta del presente. Brujas, insectos, luciérnagas, presentadores que hablan de sueños lúcidos y de viajes astrales. Un canal tras otro, una voz tras otra, como si el universo entero se descompusiera en un zapping infinito.
En medio de este collage, surge una voz que lo define todo: “Un solo ego es un punto de vista absurdamente estrecho para contemplar esta experiencia. Mientras la mayoría considera su relación con el universo, yo contemplo las relaciones de mis distintos yoes entre sí”. Una declaración de identidad múltiple, que resume la esencia de la película: cada instante, cada fragmento, es parte de un todo mayor, inabarcable, y solo podemos intuirlo en destellos.
Así, este capítulo es un canto a la fragmentación y la unidad, a la imposibilidad de encerrar la vida en una sola historia. Porque en cada gesto, en cada palabra, en cada sueño, se esconde —o se revela— el relato más grande jamás contado.
Sueños
En el capítulo titulado “Sueños”, la película se adentra en el corazón de lo onírico: no solo como un tema, sino como un universo en sí mismo. El protagonista entra en un edificio blanco, bañado por la luz de vitrales de colores, y se encuentra con un hombre sentado en una silla. El hombre lo saluda con una sonrisa y comienza a hablar de los sueños como si fueran tan reales —o tan ilusorios— como la vigilia. Dice: “Los sueños son reales mientras duran. Pero… ¿no se podría decir lo mismo de la vida?”. Se describe a sí mismo como un explorador del mundo onírico, un oneironauta, dedicado a cartografiar la relación entre mente y cuerpo en ese estado donde la conciencia se libera.
Explica cómo, en la vigilia, nuestro sistema nervioso bloquea la vividez de los recuerdos para no confundirlos con percepciones reales. Es un mecanismo de supervivencia, un modo de evitar que una imagen mental —como la de un depredador— nos haga huir cada vez que la recordamos. Pero en los sueños, esas inhibiciones se disuelven: la mente crea mundos tan vívidos que apenas se distinguen de la realidad. La frontera se borra y los sueños se convierten en otro territorio de experiencia.
La escena cambia a un hombre con un ukelele, que canta y reflexiona con una sonrisa cómplice. Recuerda a un amigo que le dijo: “El peor error que puedes cometer es pensar que estás vivo cuando en realidad estás dormido en la sala de espera de la vida”. Para él, el secreto está en fusionar las habilidades racionales de la vigilia con las infinitas posibilidades del sueño. Si puedes hacer eso, dice, puedes lograr cualquier cosa. Recuerda cómo después de un largo día de trabajo miserable, se acuesta, cierra los ojos y de pronto se despierta dándose cuenta de que todo había sido un sueño. Lo más inquietante, concluye, no es solo vender tu vida despierta por un salario mínimo, sino regalar también tus sueños de forma gratuita.
Más adelante, el protagonista encuentra a otro amigo sentado en una silla, como un guía en este mundo de ensoñación. Él se llama a sí mismo “el lubricador social del mundo de los sueños”, alguien que ayuda a los demás a alcanzar la lucidez y alejarse del miedo y la ansiedad. Hablan del concepto de los sueños lúcidos: esa capacidad de darse cuenta de que estás soñando y, por lo tanto, poder controlar el flujo de tu propio universo onírico. “El truco”, explica su amigo, “es preguntarte: ‘¿Estoy soñando?’ La mayoría de las personas nunca lo hace, ni despiertas ni dormidas, y por eso terminan caminando dormidos por la vida o soñando despiertos sin darse cuenta”.
Comparten consejos prácticos y fantasías: la dificultad de leer relojes o letras pequeñas en los sueños, la imposibilidad de ajustar los niveles de luz. Pero lo que realmente importa no es comprobar si se está soñando, sino atreverse a explorar esos territorios. “Puedes volar, hablar con Albert Schweitzer, tener cualquier clase de sexo que imagines… Lo único que no puedes hacer es apagar o encender la luz”. Y aún así, eso no importa: porque en los sueños lúcidos, lo ilimitado no tiene fronteras.
Antes de despedirse, su amigo revela su proyecto más ambicioso: “visión de 360 grados”, la capacidad de ver en todas direcciones al mismo tiempo. El protagonista sonríe y se despide. Mientras se aleja, enciende y apaga un interruptor de luz varias veces, pero la luz permanece inmutable. Su amigo encoge los hombros, como diciendo: “¿Ves? Estás soñando”.
Flotando sin esfuerzo, el protagonista avanza hacia el siguiente fragmento de este viaje. Cada encuentro, cada confesión, lo deja con la certeza de que la vida y el sueño son dos caras de la misma moneda. En ese reino onírico, las posibilidades se expanden más allá de cualquier límite, y la verdadera libertad reside en reconocer que, incluso dormidos, podemos crear nuestros propios mundos.
El momento sagrado
En “El momento sagrado”, la película nos lleva a un cine donde vemos a dos hombres —un cineasta y un poeta— conversando en la pantalla como si fueran reflejos vivos de nuestra propia búsqueda. Uno de ellos reflexiona sobre la naturaleza esencial del cine: “El cine, en su esencia, no es contar historias como lo hace la literatura, sino reproducir la realidad misma.” Habla de cómo las películas no deberían ser prisioneras de los guiones, de los relatos lineales, sino que deberían ser un registro de lo que es, de lo que existe en ese momento único y fugaz.
Cita a Bazin, el crítico de cine que creía que el cine, como la fotografía, no es solo un medio para narrar, sino una manera de capturar la encarnación misma de la realidad. Para Bazin, la cámara es como un testigo divino, capaz de registrar cada instante como un destello del rostro siempre cambiante de Dios. Así, cada fotograma se convierte en una pequeña manifestación sagrada: la mesa, el otro, uno mismo. La cámara no captura una historia: captura la presencia. Y la presencia, cuando se revela, es sagrada.
Hablan de cómo Hollywood traiciona ese potencial al convertir el cine en un simple vehículo para adaptar historias, buscando actores que encajen en los papeles como si la vida fuera un casting continuo. Pero para ellos, el verdadero cine no debería ser esclavo del relato, sino surgir del momento. “El mejor cine no nace del mejor guion —dicen— sino del instante que se revela como sagrado.”
Ese momento es lo que ellos llaman “el momento santo”. Y no es algo que dependa de una historia grandiosa o de un clímax dramático: es el ahora, el instante que vivimos. “Nosotros caminamos por el mundo como si algunos momentos fueran sagrados y otros no”, lamentan. “Pero este momento… es santo.” Y si el cine logra enmarcarlo para que lo veamos, entonces se convierte en una sucesión de momentos sagrados: instante tras instante.
Deciden entonces probarlo, tener un momento santo juntos. Dejan de hablar y simplemente se miran a los ojos. El silencio es profundo, cargado de emoción contenida. Todo parece detenerse mientras se contemplan mutuamente, como si por un instante hubieran logrado ver la santidad del otro. Uno confiesa que, para él, esa santidad lo conmueve tanto que a veces no puede evitar llorar. El otro lo escucha con ternura y dice: “Podrías reír también, no solo llorar.” Pero él insiste: “Es que… yo tiendo a llorar.”
Reflexionan sobre las capas de la realidad: el momento sagrado, la conciencia de estar viviéndolo, el personaje que interpreta la experiencia… y la experiencia misma. Todo se superpone como una espiral de presencia y representación. Uno de ellos se pierde y regresa a ese momento, reconociendo la dificultad de sostenerlo, pero también la belleza de poder vislumbrarlo, aunque sea por un segundo.
Mientras siguen mirándose, sus cuerpos se disuelven y se transforman en nubes: figuras etéreas que flotan en el aire, fundidas en la blancura del instante. Es como si la película misma —y nosotros con ella— abandonara la materia para entregarse a la pura posibilidad del ser. Así, el cine se convierte en un acto de fe y de comunión, y la vida entera se revela como un instante sagrado, siempre disponible para quien se atreva a detenerse y mirar.
La sociedad es un fraude
En el capítulo titulado “La sociedad es un fraude”, la película nos presenta a cuatro hombres que caminan juntos por la calle, compartiendo un manifiesto de palabras encendidas y pensamientos radicales. Sus frases son como un himno a la revuelta y la subversión: “Si el mundo que se nos obliga a aceptar es falso y nada es verdadero, entonces todo es posible.” Sus voces se funden en un canto de rebelión contra una sociedad que sienten impostora y vacía.
Hablan de cómo, en el camino hacia lo que amamos, nos enfrentamos a todo aquello que odiamos: los muros que la sociedad levanta para que nunca lleguemos a lo que de verdad deseamos. Desprecian la comodidad que se vende en el mercado, porque saben que para los espíritus inquietos nunca será suficiente. Su voz es la de quienes quieren desgarrar los símbolos y las voces del poder: cortar las cuerdas vocales de cada orador empoderado, arrancar los iconos sociales del espejo en el que todos nos miramos, devaluar la moneda con la que la sociedad compra la obediencia de las almas.
Para ellos, la sociedad no es solo una estructura corrupta, sino un fraude tan absoluto y voraz que exige ser destruido, hasta que ni la memoria pueda recordarlo. Prometen llevar gasolina allí donde arda el fuego, interrumpir la continuidad de la vida cotidiana y desafiar las expectativas que la normalidad nos impone. “Vivir como si algo dependiera realmente de nuestras acciones” —proclaman— para romper el hechizo de la ideología del consumo, para permitir que emerjan los deseos auténticos que la sociedad nos obliga a reprimir.
Quieren demostrar el abismo que separa lo que es la vida de lo que podría ser. Se entregan al vértigo de la acción, con la certeza de que en esa inmersión en el olvido —en el puro hacer— se encuentra el sentido: intercambiar amor y odio, vida y muerte, terror y redención, sin reservas ni remordimientos. La suya es una afirmación de libertad tan absoluta y sin restricciones, que equivale a la negación total de toda forma de esclavitud y limitación.
En su caminar encuentran a un anciano encaramado a un poste telefónico. “¿Qué haces ahí arriba, viejo?”, preguntan con sorna. “No estoy seguro”, responde él, indiferente. Ellos lo miran y uno sentencia: “Es todo acción y nada de teoría. Nosotros somos pura teoría y nada de acción.” Una confesión amarga, que revela la grieta entre la palabra y el acto.
Más adelante, ven a otro anciano sentado en un banco, con un aire de tristeza y derrota. Lo llaman “señor Debord” —en un guiño al pensador Guy Debord, crítico de la sociedad del espectáculo— y le preguntan por qué está tan abatido. Él murmura que lo que falta parece irrecuperable, que la incertidumbre extrema de vivir sin someterse al trabajo vuelve necesarias las excesos y definitivas las rupturas. Cita a Stevenson para expresar la desesperanza: “El suicidio se llevó a muchos. El alcohol y el diablo se encargaron de los demás.”
Así, este capítulo es un lamento y un grito: una denuncia de la mentira en la que vivimos, pero también un canto a la posibilidad de redención a través de la rebeldía. Porque incluso cuando la sociedad parece un fraude irreparable, el deseo de vivir con intensidad y de afirmar la libertad persiste como una llama, lista para incendiar todo lo que no es verdadero.
Soñadores
En el capítulo titulado “Soñadores”, la película nos transporta a un mundo suspendido entre lo real y lo onírico. Vemos al protagonista caminando junto a unas vías del tren, mientras un tren avanza a su lado como un símbolo de movimiento constante, de viaje interior. De pronto, un hombre salta del tren con una camiseta que dice “Radio Libre”. Su voz es como un susurro y una declaración al mismo tiempo: “¿Eres un soñador?”, pregunta.
“Sí”, responde el protagonista.
El otro asiente, con una mirada cómplice: “Hace tiempo que no veo a muchos soñadores. Dicen que soñar está muerto, que ya nadie lo hace. Pero no está muerto… sólo se ha olvidado. Se ha borrado de nuestro lenguaje.” Habla con la pasión de quien se resiste a aceptar que la capacidad de soñar ha sido desterrada. Afirma que nadie enseña a soñar, y por eso parece que ha desaparecido. Pero él se empeña en recuperarlo, en demostrar que todavía queda espacio para soñar: “Soñando cada día. Soñando con nuestras manos y soñando con nuestras mentes.” Porque —dice— el planeta enfrenta los mayores desafíos de su historia y lo último que deberíamos hacer es aburrirnos. “Éste es el momento más emocionante para estar vivos”, proclama, con la certeza de que las cosas apenas comienzan.
La escena cambia y el protagonista se encuentra con un muchacho delgado que camina a su lado. Sus palabras tienen la cadencia de un recuerdo eterno: “Mil años no son más que un instante. No hay nada nuevo, nada diferente. El mismo patrón una y otra vez.” Habla como alguien que ha visto más allá del tiempo y la repetición, como un ser atrapado en un ciclo interminable de nubes, música e intuiciones que se repiten.
El chico confiesa que ya no hay nada para él en este mundo, que ha vivido esto antes. “Por eso me fui”, dice, como si hablara de un viaje que no se mide en distancias sino en estados del alma. Sin embargo, reconoce en el protagonista la chispa de quien ha comenzado a encontrar sus propias respuestas, y lo alienta a seguir explorando: “Ejercita tu mente humana todo lo que puedas, sabiendo que es solo un ejercicio. Construye artefactos bellos, resuelve problemas, explora los secretos del universo físico, saborea todo lo que perciben tus sentidos, siente la alegría y el dolor, la empatía, la compasión…”
Cada palabra suya es una invitación a vivir intensamente, a llevar en el corazón la memoria emocional de todo lo que somos capaces de sentir. Finalmente, el muchacho se despide con la serenidad de quien sabe que está listo para partir. “Recuerdo de dónde vengo y cómo llegué a ser humano. Por qué me quedé aquí… y ahora mi partida final está programada. Esta es la salida. La velocidad de escape. No solo hacia la eternidad, sino hacia el infinito.”
Así, este capítulo se convierte en un canto a la imaginación y al coraje de soñar, incluso cuando el mundo parece haberse olvidado de cómo hacerlo. Una invitación a no dejarnos arrastrar por la rutina ni por la desesperanza, sino a cultivar la capacidad de crear nuevos mundos, aunque sea dentro de nosotros mismos.
Hormigas
En el capítulo titulado “Hormigas”, la película nos transporta a un instante cotidiano que, de pronto, se convierte en una epifanía. El protagonista sale de un metro y tropieza con una mujer. Se disculpan mutuamente con gestos mecánicos, pero él se detiene, como si sintiera que algo más importante está ocurriendo: “¿Podemos repetir eso?”, le pregunta, casi con urgencia. “Sé que no nos conocemos, pero no quiero ser una hormiga, ¿sabes? Pasamos la vida en piloto automático, con nuestras antenas chocando con las de otros, repitiendo rutinas sin nada verdaderamente humano.”
Habla con una sinceridad que desarma: “No quiero ser una hormiga. Quiero momentos reales, mirarte, que me mires, que algo se detenga y sea verdadero.” Ella lo escucha y sonríe con complicidad: “Sí, yo tampoco quiero ser una hormiga. Gracias por sacudirme un poco. Últimamente he estado como un zombi…” Hablan entonces de D.H. Lawrence y de su idea de que, cuando dos personas se cruzan, pueden elegir mirar de verdad al otro, no solo pasar de largo. Pueden aceptar “la confrontación entre sus almas”. Se dan la mano, y en ese gesto sencillo nace una conexión inesperada, un instante de comunión en medio de la ciudad indiferente.
Después, vemos a estos dos personajes hablando en una habitación, donde ella le propone participar en un proyecto artístico: una telenovela en la que cada actor encarnará las fantasías o los alter egos que siempre quiso explorar. El público, además, podrá interactuar, proponer cambios, rehacer el relato como si fuera un espejo de la sociedad de consumo. Él la escucha, fascinado, pero de pronto confiesa su perplejidad: “Quería preguntarte… ¿cómo es ser un personaje en un sueño? Porque no estoy despierto ahora. No llevo un reloj desde la infancia y creo que este reloj ni siquiera funciona… No sé cómo explicarlo, pero siento que todo esto no es real. Estoy soñando.”
Ella lo escucha con paciencia y se ríe suavemente cuando él pregunta por su nombre y su dirección. “No puedo recordar eso ahora mismo”, dice ella. Pero lo que importa no son los datos, sino la sensación: “Tengo la ventaja de una perspectiva consistente… una conciencia que, aunque incierta, sigue siendo mía.”
Él describe lo que siente: como si todo lo que la gente le dice fuera a la vez familiar y extraño, como si estuviera en un estado de lucidez vacilante. Reconoce que ahora, en ese momento de conversación, siente que está más despierto que nunca. Y ella lo alienta: “Parece que sabes que estás soñando… ¡y puedes hacer cualquier cosa! ¡Tienes tantas opciones! Eso es lo que significa estar vivo.”
Él asiente, impresionado: “Es raro. Toda la información que he recibido parece tener un peso muy grande, como si fuera significativa, como si me estuviera preparando para algo.” Ella lo mira con una ternura casi maternal: “La mayoría de las personas se siente limitada por el mundo, pero en realidad, somos nosotros quienes lo creamos.”
El protagonista admite que a veces se siente aislado, pero también intensamente conectado con todo lo que lo rodea, como si por fin hubiera dejado de ser un espectador pasivo. Aunque no siempre responda con palabras, siente que está recibiendo el mensaje a un nivel más profundo, más puro. “Es como si cada encuentro, cada frase, surgiera justo a tiempo, como un eco de lo que yo mismo necesito escuchar.” Y, finalmente, reconoce: “No es un mal sueño. Es un gran sueño. Pero… es tan distinto a cualquier otro sueño que haya tenido. Es como… el sueño. Como si estuviera siendo preparado para algo más grande.”
Así, este capítulo se convierte en un canto a la lucidez, a la conciencia de que —despiertos o dormidos— la vida se revela en cada encuentro, en cada momento de sinceridad y en cada decisión de no vivir como una hormiga. Porque soñar no es huir, sino una forma de despertar.
Somos los autores
En el capítulo titulado “Somos los autores”, la película nos lleva a un puente iluminado por una luz resplandeciente. Allí aparece un hombre excéntrico, con un gran afro y una voz que brota como un torrente de revelaciones: es Timothy “Speed” Levitch, poeta y guía delirante de este momento.
Con la voz cargada de misticismo, Levitch comienza citando a Lorca: “En este puente, la vida no es un sueño. Cuidado. Y cuidado. Y cuidado.” Sus palabras resuenan como un eco que nos sacude y despierta, recordándonos que la vida está aquí y ahora, en este instante fugaz que no podemos dejar escapar.
Habla de cómo muchos viven como si lo que ocurrió en el pasado anulara el presente, como si “entonces” y “ahora” fueran enemigos. Pero él insiste: el “¡guau!” de la vida sucede en este mismo instante. Somos coautores de esta danza de exuberancia, incluso cuando nuestras limitaciones se burlan de nosotros mismos. Somos los escritores de nuestra propia historia, una novela monumental y absurda, tan llena de payasos como de héroes.
La vida, para él, no es un hecho dado, sino una oportunidad: un escenario para descubrir lo emocionante que puede ser la alienación cuando nos atrevemos a vivirla. Cada instante es un milagro que acumulamos como tesoros, y cada encuentro es un asombro que nos deja sin aliento. “El mundo es un examen —dice— para ver si podemos elevarnos a la experiencia directa. La vista es una prueba para ver si podemos ver más allá. La materia es una prueba para nuestra curiosidad. La duda es una prueba para nuestra vitalidad.”
Cita a Thomas Mann, quien prefería participar en la vida antes que escribir cien historias. Y a Giacometti, que tras ser atropellado por un coche, sintió un éxtasis repentino, una súbita alegría: “¡Por fin algo me estaba ocurriendo!”, dijo. Con estas anécdotas, Levitch rompe la idea de que entender la vida y vivirla son cosas opuestas. Para él, la comprensión y la experiencia no son enemigas: “La vida entendida es vida vivida.”
Pero reconoce que las paradojas lo persiguen, y en lugar de huir de ellas, aprende a amarlas. En sus palabras, el mundo se convierte en un carnaval de contradicciones, donde en las noches más románticas baila salsa con su confusión. Nos advierte: “Antes de que te pierdas en la deriva, no olvides. Es decir, recuerda. Porque recordar es una actividad mucho más psicótica que olvidar.”
Recuerda nuevamente a Lorca, quien dijo que la iguana morderá a quienes no sueñan. Y concluye con una revelación que atraviesa toda la película: “Al darte cuenta de que eres un personaje en el sueño de otro, eso es la autoconciencia.”
Mientras habla, luces como estrellas de los años 60 centellean a su alrededor, y él se aleja danzando en un trance extático. Sus palabras nos dejan con la certeza de que, aunque la vida sea un sueño compartido, somos nosotros quienes escribimos el guion. Y que, en la fragilidad de cada instante, podemos ser coautores de algo tan absurdo como sublime.
Conócete a ti mismo
En “Conócete a ti mismo”, la película comienza con el protagonista caminando por una calle cubierta por una neblina roja, como si la atmósfera misma fuera un velo entre el sueño y la vigilia. A su lado, un hombre le dice con voz suave: “Aún no te has conocido a ti mismo. Pero el encuentro con otros es el puente que puede llevarte allí.” Habla de cómo el mundo que vemos es solo un reflejo mental, un modelo que construimos en la mente: los pies en los zapatos, el asfalto del aparcamiento… todo parte de nuestro yo de ensueño. Pero detrás de esas imágenes está lo que realmente somos.
El protagonista se encuentra después con una mujer que le resulta vagamente familiar: “¿Te acuerdas de mí?”, le pregunta ella. Él duda, recordando una escena parecida —un teléfono público, una mirada—, pero sin poder afirmarlo. Ella se le acerca y la intensidad del momento lo desborda: se despierta… o cree despertarse. Mira su reloj, pero los números se disuelven: aún está soñando.
En un instante, la película lo lleva a un televisor encendido, haciendo zapping entre anuncios y escenas absurdas: un producto milagroso para limpiar dentaduras, un vendedor enloquecido, una anécdota de Billy Wilder y Louis Malle hablando de “un sueño dentro de un sueño”. Es como si la vida misma estuviera envuelta en una capa de imágenes y sonidos que flotan en el aire.
Reflexiona una voz: “A lo largo de los siglos, la idea de que la vida es un sueño ha obsesionado a filósofos y poetas. ¿No tendría sentido que la muerte también estuviera envuelta en un sueño? Que tras la muerte, sigamos en un cuerpo de ensueño, pero sin despertar jamás…”
El protagonista entra en una tienda. Un hombre sale a su paso y murmura: “Cuando el patrón se hace más sutil y complejo, dejarse arrastrar ya no basta.” Dentro de la tienda, el dependiente —un personaje que parece salido de otro sueño— lo saluda con un “¿Qué pasa, cagón?” como si nada hubiera cambiado. El protagonista recuerda que lo vio antes conduciendo un coche-barco, pero el dependiente lo niega, y cuenta un relato extravagante sobre otro cliente que acaba de estar allí, un hombre que dijo haber regresado “del valle de la sombra de la muerte”. El dependiente, imperturbable, solo respondió que debía pinchar la envoltura del burrito antes de meterlo al microondas, porque de lo contrario explotaría y dejaría un desastre.
La escena salta a un restaurante, donde el protagonista conversa con una mujer mayor. Ella reflexiona sobre cómo el “yo” no es más que una estructura lógica, un lugar donde por un momento se dan forma a todas las abstracciones. Recuerda que, a pesar de la confusión y las contradicciones, lo que más amaba era conectar con las personas. “Mirando atrás —dice—, eso es lo único que realmente importaba.”
Finalmente, vemos al protagonista en un parque, donde una mujer se le acerca y le muestra un dibujo de él mismo. Es como si, a través de los rostros y las voces de los demás, estuviera encontrándose —por fin— a sí mismo.
Este capítulo es un viaje íntimo y lleno de preguntas: sobre la identidad, la conexión con los otros y la certeza de que, aun en el sueño más confuso, podemos descubrir la verdad de lo que somos. Porque conocerse a uno mismo no es un destino fijo, sino un proceso constante: un ir y venir entre el recuerdo y el olvido, entre la vigilia y el sueño.
Representación
En “Representación”, la película nos conduce a un breve pero poderoso momento de tránsito. Vemos al protagonista caminando junto a un muro rocoso, cuando se cruza con un hombre que pasa en dirección contraria. La voz en off resuena con una cita inquietante: “Las últimas palabras de Kierkegaard fueron: ‘Llévame’”. Estas palabras, cargadas de misterio, evocan el deseo de ser liberado, de entregarse al flujo de la existencia sin reservas.
El protagonista sigue adelante y entra en un club, donde la música llena el aire. La banda que vimos al inicio está tocando de nuevo, y parejas de todas las edades se balancean y giran en la pista de baile. Él se sienta, como un espectador que contempla la danza de la vida —o del sueño— con la mirada atenta, absorbiendo cada detalle. La música late como un pulso secreto que conecta a todos los presentes: la energía colectiva del ritmo y la cadencia, el lenguaje del cuerpo que se expresa sin palabras.
Finalmente, el protagonista se levanta y abandona la escena, dejando atrás el murmullo de la música y el vaivén de los cuerpos. La representación continúa sin él, pero su paso por ese espacio parece recordarnos que la vida, como el arte, siempre está ocurriendo en el momento presente. Una coreografía de instantes que, aunque parezcan fugaces, son el latido de algo más profundo.
Atrapado en un sueño
En “Atrapado en un sueño”, el protagonista encuentra a un hombre jugando a una máquina de pinball: es el mismo hombre que viajaba con él en el coche-barco, pero ahora parece no recordarlo. El protagonista, desconcertado, le dice: “Ustedes me dejaron en un lugar específico, me bajé y me atropelló un coche. Pero luego desperté… aunque todavía estaba soñando. Sigo despertando y sigo soñando. Estoy atrapado.” El hombre, con la calma de quien sabe de lo que habla, asiente: “Eso se llama ‘falso despertar’. A mí me pasaba mucho.”
El protagonista confiesa que ya no sabe si está vivo o muerto. “Estoy empezando a pensar que estoy muerto”, dice, como si sus palabras fueran un susurro en medio de la niebla. Su interlocutor decide contarle un sueño que tuvo —una historia que comienza como un desvío, pero que pronto se convierte en una revelación inquietante.
Le habla de un ensayo de Philip K. Dick, de cómo escribió Fluyen mis lágrimas, dijo el policía, y luego conoció a personas que vivían la misma historia que él había escrito, como si la realidad se plegara al relato de su libro. Le cuenta cómo Dick llegó a pensar que el tiempo era una ilusión, y que todos estábamos viviendo en el año 50 d.C., en un mundo detenido en un instante eterno donde Dios está a punto de regresar, y todo lo demás es un velo de distracción tejido por un demiurgo.
El hombre sigue hablando: recuerda un sueño en el que se encontraba con Lady Gregory, la mecenas de Yeats, quien le decía que la verdadera naturaleza del universo es que existe un solo instante: ahora, y que ese instante es la eternidad. “Cada uno de nosotros —dice ella— pasa su vida diciendo: ‘No, gracias. No, gracias’, hasta que finalmente dice ‘Sí. Sí, acepto’. Y ese es el viaje.”
El protagonista lo escucha con una mezcla de asombro y desesperación. Él no está contando un simple sueño: está contando la esencia misma de la existencia, la danza entre el rechazo y la rendición, entre el miedo y la aceptación.
La historia culmina en una escena casi grotesca: mientras acaricia a su perro muerto hace años, el hombre se da cuenta de que está rodeado de muerte. Lady Gregory tose, vomita un líquido fétido, y todo huele como el vómito de un cadáver. En ese momento, comprende que no está soñando, sino visitando el reino de los muertos.
El protagonista, cada vez más ansioso, pregunta cómo logró salir de ese sueño tan perturbador. Su interlocutor suspira: “No lo sé. Fue como una experiencia que cambió mi vida. Ya nunca pude mirar el mundo igual.” El protagonista insiste: “¿Pero cómo saliste? Yo sigo atrapado. No puedo despertar. Quiero salir de esto de verdad.”
El hombre lo mira con una mezcla de compasión y resignación: “No lo sé. Ya no soy bueno en eso… Pero si puedes despertar, deberías hacerlo. Porque un día, quizás, ya no podrás. Solo… despierta.”
Así termina este capítulo, dejándonos con una sensación de inquietud y belleza: como si la película nos dijera que, incluso cuando parecemos atrapados en un sueño infinito, siempre hay una puerta de salida. Solo tenemos que atrevernos a despertar.
Despierta
En “Despierta”, el último capítulo de Waking Life, el protagonista parece, por fin, despertar. Lo vemos caminando por las calles tranquilas de un barrio, mientras suena una música de piano que acaricia el aire con delicadeza. Sus pasos son serenos, casi rituales, como si cada paso lo acercara a un momento crucial.
Llega a una casa. Se detiene ante la puerta, como si buscara algo familiar y, al mismo tiempo, desconocido. Revisa el pomo, pero no entra. Se aleja hacia la entrada del garaje, donde un coche está aparcado. Se detiene un instante, mira hacia arriba y, sin previo aviso, comienza a flotar.
Intenta sujetarse al manillar de la puerta del coche, pero sus dedos no logran asirse. Dos veces falla en su intento. Finalmente, sus brazos se rinden y su cuerpo se eleva, cada vez más, perdiéndose en el azul del cielo. Flota suavemente, como si lo arrastrara una corriente invisible, y desaparece en la nada.
La película termina en este instante etéreo: el protagonista se disuelve en el aire, y la línea entre sueño y vigilia se desvanece para siempre. Es como si todo el viaje —todas las conversaciones, los encuentros y las revelaciones— condujera a este momento final de rendición y liberación. El mundo se convierte en un suspiro, y la conciencia se disuelve como una nube que desaparece en el horizonte.
“Despierta”, susurra el título. Pero tal vez el verdadero despertar no es abrir los ojos en la cama, sino rendirse a la corriente del ahora, dejar de resistirse y flotar hacia lo desconocido. Como el propio protagonista, la película se despide sin certezas: solo la invitación de ese instante, y la certeza de que, en algún lugar más allá del cielo, todavía seguimos soñando.
Créditos finales
En “Créditos finales”, la película nos invita a quedarnos un poco más. La música sigue sonando, un hilo melódico que parece envolverlo todo, como un susurro que no queremos dejar atrás. La pantalla se llena de nombres: los que hablaron, los que imaginaron, los que soñaron y dibujaron cada uno de estos momentos. Pero mientras los créditos se deslizan, la animación se convierte en un último regalo.
Volvemos a ver los estilos de animación que nos acompañaron: las líneas vibrantes, los contornos que se disuelven y reconstruyen, los colores que laten como un pulso. Cada imagen nos recuerda que lo que vimos no era solo una historia, sino un caleidoscopio de visiones, una sinfonía de estilos y pensamientos.
Es un momento de gratitud y asombro: una despedida que nos deja con la certeza de que la película nunca termina del todo. Porque Waking Life no es solo un relato que se proyecta en una pantalla, sino una invitación a seguir explorando el sueño de la vida. Y mientras los nombres se suceden, sentimos que la música nos susurra al oído: la danza de lo real y lo onírico continúa en cada uno de nosotros.
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